Actualización al 2023
El lupus es una enfermedad autoinmune que afecta a diversos órganos del cuerpo. Además de involucrar la piel (signo característico del lupus), puede comprometer al riñón, serosas como la pleura y el pericardio (membranas que recubren al pulmón y al corazón, respectivamente), y al cerebro.
A menudo los pacientes con lupus presentan sintomatología inespecífica, como:
Además, hay sintomatología más específica como:
El lupus eritematoso sistémico se genera cuando el sistema inmunológico ataca a los propios tejidos del cuerpo, en lugar de hacerlo correctamente contra antígenos dañinos para nuestro organismo, como agentes infecciosos o células tumorales. Este proceso se denomina autoinmunidad.
El origen del lupus es multifactorial. Se sabe que ciertos factores como la genética y las exposiciones ambientales como el sol y el estrés pueden desencadenar la enfermedad.
El lupus suele ser diagnosticado por los reumatólogos, especialistas en enfermedades autoinmunes. Su diagnóstico se basa en la sospecha clínica, es decir, la presencia de signos y síntomas característicos de esta enfermedad, más la detección de autoanticuerpos en sangre.
La prueba más importante en el diagnóstico de lupus es el ANA. Una persona con ANA positivo aumenta sus posibilidades de poseer alguna enfermedad del grupo autoinmune y requiere un estudio más acabado.
Si bien no existe una cura para el lupus, el tratamiento está enfocado en la supresión parcial del sistema inmune con el objetivo de inducir la remisión de la enfermedad y prevenir el daño crónico de los órganos.
El tratamiento es posible gracias a medicamentos inmunomoduladores, es decir, que tienen la capacidad de reducir la actividad del sistema inmune. Ejemplos de estos son los corticoides, la hidroxicloroquina, un amplio grupo de inmunosupresores y avanzadas terapias biológicas.
A pesar de las repercusiones sistémicas que puede tener esta enfermedad, una persona bien tratada puede vivir una vida normal gracias a los avances del tratamiento de esta enfermedad.